Durante mucho tiempo se ha demostrado que el tratar de llegar a un acuerdo universal es de las cosas más difíciles, por no decir utópicas, que se han tratado de hacer. La discusión de la existencia de Dios, el cuestionamiento continuo de las cosas metafísicas y, aún más controversial, el debate entre lo que está bien y mal han sido temas que generan mucha discrepancia entre las personas. ¿Somos realmente capaces de definir lo que está bien y lo que está mal? ¿Estamos en condiciones de hacerlo? ¿Quién nos ha permitido juzgar lo bueno y lo malo? Y aún más importante, si lo hacemos y llegamos a una conclusión ¿Quién nos dice que es correcto dicha afirmación?
A lo largo de la lectura del capítulo 5 nos encontramos con varios ejemplos bien sustentados por parte del autor donde demuestra que el relativismo ético no es posible. Sin embargo, viéndolo más afondo el relativismo ético si existe, sólo que no todas las personas son capaces de utilizarlo o expresarlo de la forma correcta.
Es cierto que cuando un relativista da una opinión y ésta demuestra una postura que no da pie a una réplica, ya sea aprobatoria o reprobatoria, deja de ser relativista; pero esto es causado gracias a la propia naturaleza humana. El poder separar correctamente las opiniones personales de una crítica que busca ser imparcial y constructiva es difícil, puesto que las personas siempre buscan tener la razón y defienden fervientemente su opinión de lo que creen que es correcto.
Llegar a ser imparcial implica poder dejar a un lado nuestra naturaleza egoísta, la cual nos lleva a querer demostrar que poseemos la razón y que nuestra afirmación está en lo correcto. El poder llegar a una verdad universal o a una ética universal es imposible debido en gran parte a esto, entre otras cosas. Muchas veces se ha utilizado la frase “cada persona es un mundo” y eso es muchas veces porque cada persona tiene su propia ideología de las cosas y, por eso mismo, es difícil tratar de llegar a un acuerdo mutuo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario