martes, 25 de septiembre de 2012

Un buen día

Joan no estaba teniendo un buen día.

Entre el insomnio y el trabajo llevaba ya tres días sin dormir. Su perro se había orinado sobre los únicos pares de zapatos buenos que tenía y el gato usaba de arenero el otro par que quedaba. Todos sus pantalones estaban sucios y sus blusas quemadas. No había comida en al despensa y en el refrigerador había un queso de dudosa procedencia. No había agua caliente, y era invierno.

La única prenda medio decente era la chamarra del rincón que tenía restos de yoghurt en el pecho y unos shorts que ni siquiera estaba seguro fueran de él. Tomó las pantuflas de garras de dinosaurio que su hermano había dejado olvidadas y salió así al trabajo. El metro se tardó más de lo usual y la gente no dejaba de verlo, lo cual lo ponía incomodo.

Su jefe le gritó y lo despidió por ir así al trabajo. ¿Cómo era posible que se atreviera a venir en aquellas fachas a trabajar? Joan no dijo nada y sólo salió dejando a su jefe gritándole a la pared. Caminó hasta el parque más cercano y se sentó en la banca. Vio como los niños salieron de la escuela, como sus padres iban por ellos y como, horas más tarde, regresaban a jugar. Llevaba ahí todo el día. Sólo. En silencio.

-¡Mady! ¡Ya es hora de cenar!- gritó una señora desde la casa de enfrente al parque.

Una niñita de pelo corto se levantó del piso y miró directamente a Joan. Le sonrió, miró al piso y nuevamente a él. Repitió la acción tres veces y, con satisfacción destellando en sus ojos, le sonrió a Joan antes de irse a cenar. Una corriente de aire fría hizo que Joan decidiera que era hora de irse a casa, y eso fue lo que hizo.

No se tomo ni un momento en ir a ver porque Mady lo había visto así y después al piso. No le importó que aquella niña fuera el único ser humano que le hubiese sonreído en días. No quiso saber nada. Lo único que quería era volver a casa y tumbarse en su cama a la espera de que sus problemas desaparecieran.


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